domingo, 24 de noviembre de 2013

Ya no recuerdo si jugaba o era una manzana que nunca desaparecía de esa habitación

Ya no recuerdo si jugaba o era una manzana que nunca desaparecía de esa habitación 
La luz me acurrucaba. Él miraba mi ventana entreabierta y escribía que la luz no grita, chilla. Todas las flores que tenía las tiraba, decía que eran violetas ordinarias que no charlaban nada. Entiendo que no dialogaban, él era una corbata vieja estridente que me daba besos en la cama, solo eso, nada de sexo, solo juegos mientras nos estimulábamos silentemente. La luz menuda, aquella luz de gamas que no me soltaba por días, cama luz tenue-cama corbata-cama enviciarse, se trepaba en la tentación que tejía sed, esa sed del alquimista por el oro, el apestoso oro. El colchón vicioso era una hojalata de resortes-víboras que me bebía como una obsesión que necesitaba. Él nunca salía, bostezaba dulces oráculos de tragedia y decía que mañana era peor que hoy. El humo y las imágenes que tenía de él exprimían mi boca seca, me sentía gritar ante el vértigo de la cama y me soltaba a la nada sideral del empapelado del piso decorado de cenizas. Jugaba a que era una manzana roja y parloteaba con Dios sobre mi destino, ese  ¿era una boca o un mal artista?  Me abucheaba siempre que le hacía esas preguntas. Volvía con más y ya no estaba. Ya no recuerdo si jugaba o era una manzana que nunca desaparecía de esa habitación. Él me miraba mientras tenía aquellos paseos. Me hacía señas desde la luz, me tocaba la pierna y pestañeaba muriendo y volviendo a ese suelo que se movía como una palmera de papel.
Quiero pensar buenos recuerdos que me vacíen los personajes que me hablan sin parar, un plano que me haga fugaz en aquel lugar.


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